El relato de los discípulos de Emaús es una bellísima página que narra el recorrido existencial del hombre. Dos discípulos tomados por la tristeza de la muerte de Jesús, que luego son catequizados por el mismo Jesús y se convierten a él en la fracción del Pan (la eucaristía). Desde allí su tristeza se convierte en alegría y su vida se transforma en ser testigos. Emaús muestra las consecuencias de la obra de Jesús resucitado en los dos discípulos: conversión de la desesperación a la esperanza; conversión de la tristeza a la alegría; y también conversión a la vida comunitaria. A veces, cuando se habla de conversión, se piensa únicamente a su aspecto arduo, de desprendimiento y de renuncia. En cambio, la conversión cristiana es también y sobre todo fuente de gozo, de esperanza y de amor.
Hay que estar cerca de Dios. La vida humana hay que llevarla cerca del Señor, de lo contrario el hombre pierde el horizonte existencial de su vida. Sin Dios no sabemos a dónde vamos ni cómo vivir plenamente. Hoy este ser Cristiano corre el riesgo de vaciarse de su verdad y de sus contenidos más profundos; corre el riesgo de convertirse en un horizonte que sólo toca la vida superficialmente, en aspectos más bien sociales y culturales; corre el riesgo de reducirse a un cristianismo en el que la experiencia de fe en Jesús crucificado y resucitado no ilumina el camino de la existencia, Hay que volver a las verdades de Cristo, confrontar no sólo nuestras vidas sino la misma cultura que vivimos a la luz de las palabras de Jesús. Los discípulos se convierten a Jesús en la Eucaristía. Es el llamado a vivir en comunión con Dios. Nuestra vida cristiana se hace cercana a Dios cuando nos convertimos para volver a nuestra comunión con Dios en la Eucaristía.
Pero el evangelio nos convoca a ser testigos, es decir a ser aquellos que están decididos a dar la cara por Cristo y su Iglesia. La vida cristiana es anuncio permanente de la vida de Jesús. Hoy como ayer el mundo necesita nuevos protagonista del anuncio de Cristo. No podemos llamarnos cristianos si no somos capaces de dar la cara por Jesús en cada ambiente que nos toca vivir: la casa, el trabajo, los amigos, las realidades sociales, etcétera. El momento presente de argentina, con una pobreza cada día mayor, con los avances de una inseguridad creciente, con ciertos avances legislativos a favor del aborto, con una educación pauperizada, con la falta de una cultura de trabajo, nos ponen sobre aviso de la urgencia que los cristianos tienen de dar a conocer a Jesús en cada realidad humana que les toca vivir.
Tucumán se apresta a celebrar el Bicentenario; allí celebraremos el Congreso Eucarístico. Mucho es lo que nos falta, pero también mucho para trabajar como ciudadanos cristianos. Que sepamos estar a la altura de los momentos históricos que Dios nos da.